viernes, 12 de agosto de 2016

Fuera de lugar

Cuando yo era pequeña, mi padre fumaba mucho (*) pero me recomendaba no empezar a fumar porque él quería dejarlo y le resultaba difícil. Además consideraba que fumar, realmente, no te aportaba nada.
Llegó mi época de adolescente y debo reconocer que fui bastante responsable, por lo que consideré que mi padre tenía razón y que era mejor que no empezara a fumar. Fue por eso que tuve tanta presión por parte de mis amigas, ya que todas ellas fumaban y, de alguna forma, querían que yo también lo hiciera. Afortunadamente me mantuve en mis trece y nunca fumé, de lo que me enorgullezco, y después nunca tuve que dejar de fumar.
Hoy en día, fumar ya no está tan bien visto, se han reconocido sus efectos secundarios y mucha gente ha dejado de fumar. ¡Cómo agradecí cuando se prohibió fumar en la mayoría de los restaurantes y pude salir a cenar sin volver a casa con un desagradable olor a tabaco en la ropa y en el pelo!
Pero durante todo este tiempo, lo que sí que he llevado mal ha sido encontrar las colillas tiradas por el suelo ¿Por qué no se tiraban en las papeleras después de apagarlas bien? Y si las colillas estaban en las escaleras del portal o en el ascensor, entonces sí que me molestaba muchísimo ¿por qué no habían esperado para tirarlas en su casa?

Pero donde más fuera de lugar las he visto siempre ha sido en el campo… ¿Por qué contaminan de esa manera el aire limpio que podrían haber respirado? ¿Por qué les niegan a sus pulmones ese momento de paz?

(*) era muy habitual por aquel entonces

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